Ocultismo judío en la España Medieval

Por Alfredo Ballestín Serrano




La Adivinación del Futuro & La Astrología

La adivinación del futuro constituía otra de las ocupaciones más frecuentes de magos y hechiceros judíos, lo que obedece a la preocupación que em todo momento siente el ser humano por el porvenir.

La inquietud se manifestaba, en ocasiones, ante circunstancias de la vida cotidiana, como la próxima realización de un viaje, lo que llevaba a consultar a algún «echador de suertes» o especialista en agüeros para determinar la fecha más apropiada para ponerse en camino.

La partida del ser querido era acompañada por los familiares desde la puerta de la casa, en unos casos con una bendición, y en otros com conjuros o fórmulas supersticiosas que propiciaran un feliz retorno. En otros casos se recurría a los adivinadores para conocer lo que el futuro reservaba a los hijos; por ejemplo, de Donosa Besante, judeoconversa vecina de Teruel, quien en el año 1481 acudía a un judío de Sofen, de paso por Teruel, para que le informara si sus dos hijas contraerían matrimonio.


El adivino le hizo saber que una se casaría en Teruel y la otra «en lugar do haya mar», predicción por la que recibió de la conversa medio florín.
Manuel Sánchez Moya y Jasone Monasterio Aspiri, «Los judaizantes turolenses en El siglo XV», en Sefarad, XXXII (1972), pp. 105-140 y 307-340, y XXXIII (1973), pp. 111-143 y 325-356 (en concreto, XXXIII, p. 137).
Pero la preocupación por conocer el futuro iba bastante más lejos y abarcaba aspectos mucho más complejos de la realidad humana, tales como si se disfrutaría de una vida larga y feliz, si se padecería alguna enfermedad —por ejemplo la lepra, auténtica obsesión en los tiempos medievales por la mortandad y el rechazo social que comportaba— o, incluso, si en circunstancias especialmente difíciles se mantendría la fidelidad a la fe, llegando incluso hasta la aceptación del martirio. Para ello se acudía a diversos procedimientos, entre los que ocupa un lugar destacado la quiromancia, es decir la adivinación del futuro mediante la interpretación de las rayas de las manos.
Algunas representaciones de manos quirománticas que se han conservado en manuscritos hebreos de época medieval, sirven como fuente de información sobre las técnicas quirománticas hebreas y, lo que es mucho más interesante, acerca de lo que constituían las preocupaciones inherentes al judío medieval: duración de la vida (larga: rayas de la muñeca y de la base del pulgar; breve: rayas del alto de la palma); salud y enfermedades (rayas del dedo índice y de la palma de la mano; padecimiento de la lepra: rayas del hueco de la palma); constancia o inconstancia de la felicidad; obtención de descendência masculina (rayas del dedo meñique); eventualidad de un largo viaje, que podia suponer una peregrinación a Jerusalén o, en el peor de los casos, un exílio en tierras lejanas (rayas del hueco de la palma); si se sufrirán torturas (rayas de la base del pulgar) o el martirio (rayas de la palma).

La lectura de la mano permitiría también conocer aspectos íntimos de la conducta moral y espiritual de las personas, aspectos éstos que preocupaban sobremanera a quienes formaban parte de un grupo socio-religioso minoritario, y progresivamente rechazado, pues no cabe ninguna duda de que una de las garantías de su seguridad y de su pervivencia radicaba en el mantenimiento de su cohesión interna; así, pues, se creía que las líneas de la mano podían ofrecer también información del mayor interés sobre si el carácter de una persona era propenso a la castidad, a la conciliación o a la fidelidad a la fe, o si, por el contrario, lo era a la perversión, al odio, a la calumnia y a la delación, o al abandono de la Fe ante la menor dificultad que pudiera presentarse.
Es sumamente interesante la dibujada en un manuscrito hebreo francés de fines del siglo XIII, que se conserva en la British Library de Londres (Ms. Add. 11639, fol. 115 r.°), y que es reproducida en el libro de T. et M. Metzger, La vie juive au Moyen Âge illustrée par les manuscrits hébraïques enluminés du XIIIe au XVIe siècle, p. 221, ilust. 324.

Se trata de una mano derecha, correspondiente a un hombre, ya que para la mujer se recurría siempre a la mano izquierda.
Otro procedimiento adivinatorio utilizado con cierta asiduidad por los judíos en época medieval era el de la bibliomancia: se abría la Biblia al azar, y de la lectura del primer versículo que saltaba a la vista se determinaba si era un buen o un mal augurio, en función de que se tratara del relato de un acontecimiento histórico favorable o desfavorable para el pueblo de Israel (éste un procedimiento utilizado también de forma habitual por sus contemporâneos cristianos, normalmente en las iglesias, pese a la tenaz oposición al mismo por parte de las autoridades eclesiásticas).

Del mismo modo, si alguien recordaba un versículo bíblico al despertarse se consideraba también uma «profecía menor»; si era algo que pudiera entenderse como un mal augurio, se recomendaba a la persona abstenerse de tomar el desayuno, con el fin de alterar el oscuro porvenir mediante la práctica virtuosa del ayuno.
 
En torno al año 1477 Donosa Besante, judeo conversa de Teruel, tuvo un sueño «muy pesado» que consultó con el rabí, quien, a su vez, lo contrastó con los escritos de rabí Mewnfes, de Egipto, en los que se explicaba cómo debía actuarse ante sueños extraños.

El remedio propuesto era el habitual en estos casos: «Fuerte ensueño es, faz dayuno; es el único remedio». El rabí turolense acompañó a Donosa a su casa y le mostró lo que debía hacer para conjurar el peligro que se cernía sobre ella; para ello, repitieron siete veces el siguiente diálogo: Donosa decía: «Sueño bueno vit, sueño bueno viste, sueño bueno vit», a lo que respondía el rabí: «Sueño Bueno viste, sueño bueno viste, sueño bueno vediste, el sueño tuyo bueno es, bueno para él, Nuestro Señor lo ponga por bien, por bien. Siete veces sean sentenciados sobre del cielo, que bueno es y bueno será» [Manuel Moya y Jasone Monasterio, «Los judaizantes turolenses en el siglo XV», em Sefarad, XXXIII (1973), pp. 136-137].
Asimismo se creía en los presagios y en el carácter premonitorio de los sueños (oniromancia). De este modo, si alguien sentía escozor en la planta del pie era presagio de un viaje; si lo sentía en el oído era porque iba a recibir una nueva; y si lo sentía en las cejas era porque iba a encontrarse con una persona que no veía desde hacía tiempo.

El estornudo era signo de un mal presagio, por lo que siempre iba acompañado de una bendición divina para preservar a la persona de los espíritus malignos.

Por lo que se refiere a los sueños, existía la creencia de que los difuntos se aparecían en sueños a sus familiares y amigos más próximos a fin de aconsejarles, y de que también Dios utilizaba este medio para transmitir sus deseos a los mortales, normalmente a través de un ángel o, con mucha mayor frecuencia, del profeta Elías.

La creencia en el carácter premonitorio de los sueños estaba generalizada en época medieval, y con los cabalistas la oniromancia se convirtió en uno de los medios más utilizados para obtener la revelación divina en cuestiones de naturaleza escatológica; a este fin, era habitual invocar a um ángel para que actuara como mediador en la revelación divina. Pero con la interpretación de los sueños había que tener sumo cuidado, pues se creía que también los demonios podían utilizar los sueños para confundir y dañar a los humanos.

La importancia concedida a la adivinación mediante la oniromancia queda constatada en los diversos escritos redactados con el fin de ayudar a interpretar los sueños, entre los que puede ser destacado el titulado Pitrón halomot, de Shelomoh ben Ya’aqob Almoli, que fue publicado en Salónica, en 1515.

Con mucha frecuencia las artes adivinatorias entraban en estrecha relación con la astrología, ciencia que tiene como fin la predicción del futuro —de un individuo o de la sociedad en su conjunto— mediante el estudio de la posición y del movimiento de los astros; la astrología conoció un considerable desarrollo entre los judíos a lo largo de la Edad Media, lo que se sustenta en la creencia de que todo aquello que acontece en el mundo sublunar tiene su origen en la influencia recibida de los astros, que poseerían distintas cualidades que llegarían a la Tierra según diferentes ángulos.

La astrología no se trata de una ciencia oculta, propiamente dicha, por cuanto se sustenta en realidades visibles que no necesitan de experimentación; pero sí puede hablarse de ciencia oculta, por la interpretación que el astrólogo hace de los fenómenos naturales.

El interés por la astrologia obedece no sólo a que el judío medieval encontró en ella respuestas a sus inquietudes y angustias, en particular en tiempos difíciles, sino también, de forma muy especial, a la necesidad de profundizar en el conocimiento de determinados fenómenos astronômicos que permitieran fijar con absoluta fiabilidad el calendario litúrgico, lo que tiene una importancia fundamental en la vida religiosa judía.
Es lo que San Isidoro de Sevilla denomina en sus Etimologías «astrologia iudicaria», frente a la «astrología naturalis», que trataría acerca de las influencias de los movimientos de los astros sobre el cosmos y la naturaleza, y que, por tanto, se encuentra mucho más próxima a la astronomía.
Para una buena aproximación general al tema de la astrología judía en esta época, véanse los trabajos de Jacques Halbronn, Le monde juif et l’astrologie. Histoire d’un vieux couple, Milano, Arché, 1985, y de Ron Barkai «L’astrologie juive médiévale: aspects théoriques et pratiques », en Le Moyen Âge, XCIII (1987), pp. 323-348.
Como queda de manifiesto a través de los numerosos ejemplos de calendários litúrgicos judíos de época medieval que se han conservado en libros de oraciones hebreos y en manuscritos de la Torá, no se trata de calendarios anuales similares a los de nuestro tiempo actual, sino que consisten en calendarios cíclicos, cuya finalidad primordial consistía en determinar las características de cada año con el fin de deducir las particularidades de su desarrollo litúrgico.

Comprenden ciclos de diecinueve años, en los que el carácter de cada año viene dado por tres datos fundamentales: el día de la semana en el que se celebra el día 1° del mes de tishri, es decir la festividad de Rosh ha-shaná o Año Nuevo hebreo; el tipo de año de que se trata, abundante, regular o escaso; y el día de la semana en el que se celebra la festividad de Pesah (Pascua).
La fijación de cualquier calendario se basa, necesariamente, en fenômenos astronómicos.

Siguiendo los modelos sumerio y babilónico, el calendario judio está marcado por la luna, de forma que los meses se inician cuando la luna creciente se observa por primera vez en el crepúsculo nocturno (neomenia, o rosh hodesh en hebreo).

El año judío se compone de doce meses lunares y de trescientos cincuenta y cuatro días completos, más un tercio de cada día, por lo que el año solar se adelanta once días con relación al año lunar; por este motivo, se hizo necesario introducir cíclicamente un mes más.

En ciclos de diecinueve años, los años tercero, sexto, octavo, decimoprimero, decimocuarto, decimoséptimo y decimonoveno tienen trece meses (son los denominados años embolísmicos), en tanto que los restantes se componen de doce meses. Estos siete meses suplementarios, añadidos a los diecinueve años lunares, los hacían coincidir con diecinueve años solares, corrigiendo el adelanto de las estaciones y permitiendo que el calendario judío sea fijo, de forma que se celebren siempre en la misma fecha las distintas festividades y, en particular, las tres «fiestas mayores» (yamin tobim): Pesah (Pascua) en la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, Shavu’ot (Pentecostés) en verano, y Sukkot (fiesta de los Tabernáculos) en otoño.

Los meses del calendario judío son de veintinueve o de treinta días; tres meses tienen unos años veintinueve días y otros años treinta, lo que obedece a complejas razones de carácter astronómico, que obligan a tener en cuenta el cambio anual del Sol y el mensual de la Luna.
De este modo, a lo largo de toda la Edad Media la astrología estuvo íntimamente ligada a la astronomía, de forma que las observaciones y cálculos de los astrónomos servían como base para las predicciones y los horóscopos de los astrólogos; a su vez, la fe en la astrología sirvió como motor para el progreso de la astronomía, tanto o más que el puro interés científico.

Si en la actualidad existe una nítida diferenciación entre los campos de atención de la astronomia y la astrología, no ocurría lo mismo en la Edad Media, cuando se hacía referencia a ellas como si se tratara de términos sinónimos; la astronomia sería entonces el contenido teórico de una ciencia, cuya aplicación práctica sería la astrología.

Incluso, en ocasiones, un mismo individuo reunía en su persona las condiciones de astrónomo y de astrólogo; así, la actividad científica del eminente astrónomo judeo-español Abraham ben Semu’el Zacut (1452 – c. 1515)10 resulta absolutamente indisociable de su labor como astrólogo, de forma que en el año 1496, antes de la partida de la expedición portuguesa capitaneada por Vasco de Gama, el rey Manuel I no sólo le encargó que instruyera a los marinos en el uso del astrolabio aplicado a la navegación, así como de las tablas astronómicas y de las cartas de navegación de las que era autor, sino que, además, le solicitó que predijera la suerte de la empresa.

Entre otros estudios sobre la figura del célebre historiador, astrónomo y astrólogo salmantino, véase el de Francisco Cantera Burgos, El judío salmantino Abraham Zacut (siglo XV). Notas para la historia de la Astronomía en la España medieval. Madrid, 1931.
Es opinión común de los principales especialistas en la materia que la más importante aportación creadora de los científicos judíos de época medieval se dio en el terreno de la astronomía, tanto en Castilla como en los distintos territorios de la Corona de Aragón, colaborando activamente algunos de ellos en el perfeccionamiento de los instrumentos de observación y cálculo —principalmente, astrolabios, relojes auxiliares y aparatos de observación—, sobre los que elaboraron textos con instrucciones para su fabricación y uso, y en la confección de las llamadas tablas astronómicas.

La fama justamente lograda por los judíos como astrônomos y astrológos tiene su más patente expresión en el hecho de que no hubo, prácticamente, ningún equipo de investigación astronómica en la España medieval que no contara con la presencia, en mayor o en menor medida, de sabios judíos.
Astrónomos judíos intervinieron de forma sobresaliente en la compilación de las más relevantes tablas astronómicas hispanas de época medieval, o es a ellos en exclusiva a quien corresponde su autoría11; son, entre otros: Moshe Sefardi (Pedro Alfonso de Huesca – ss. XI-XII), a quien se atribuyen diversas obras y opúculos de carácter astronómico, así como unas tablas consistentes en una traducción de algún tratado árabe; Abraham bar Hiyya (? – c. 1136), gran transmisor de ciencia y, quizá, astrólogo de reyes o familias nobiliarias, y autor de tres obras astronómicas y de unas tablas; Abraham ibn Ezra (1089- 1164), sin duda el más influyente de los científicos judíos altomedievales en territorio cristiano, autor de diversos tratados astronómicos y de unas tablas muy utilizadas durante varios siglos, y que sólo quedaron paulatinamente arrinconadas a partir del siglo XVI; Yehudah ben Mosheh ha-Kohén y Yishaq ibn Sayyid (segunda mitad del s. XIII), dos de los más activos colaboradores científicos de Alfonso X y coautores de las llamadas Tablas alfonsíes (1272), probablemente la obra científica alfonsí de mayor alcance y la más famosa, citada y utilizada profusamente hasta que Kepler la superó en 1627 con sus Tablas rudolfinas; Yishaq ben Yisra’el (o Yisra’eli – primera mitad del siglo XIV), autor de un importante tratado titulado Yesod olam (Fundamento del mundo, 1310), cuya finalidad consiste en la fijación del calendario judío; Yehudah bem Aser y Yosef ibn Waqqar (segunda mitad del s. XIV), autores de sendas tablas astronómicas; David Bonet Bonjorn (Bonjorn=Yom Tob) de Barrio (s. XIV), autor de las llamadas Tablas astronómicas de Perpiñán; Ya’aqob al-Corsino (segunda mitad del siglo XIV), autor de las Tablas astronómicas de Barcelona; y Abraham ben Semu’el Zacut (1452-c.1515), quien gozó de gran fama en Castilla y en Portugal como astrónomo y astrólogo, ciencias que enseñó a profesores del Estudio General de Salamanca, y autor de una obra llamada Hahibbur ha-gadol «Compilación magna», que comprende unos cánones y unas tablas astronómicas que, según algunos autores, fueron utilizadas por Cristóbal Colón en sus viajes a América.
Son muy interesantes a este respecto los trabajos, ya citados, de David Romano, La ciência hispanojudía, y de Ángel Sáenz-Badillos y Judit Targarona Borrás, Diccionario de autores judíos, (Sefarad. Siglos X-XV).
También en la astrología sobresalieron los judíos, de forma que desde el siglo XIII se detecta la presencia de eminentes astrólogos hebreos en las cortes de los distintos reinos hispanos. Pese a que la astrología medieval hunde sus raíces en obras científicas griegas, persas e hindúes traducidas al árabe en los siglos VIII y IX, es habitual que esta ciencia se asociara con los judíos12, lo que tiene mucho que ver con la extraordinaria relevancia y difusión que adquirieron las obras astronómico-astrológicas de Abraham bar Hiyya y, principalmente, de Abraham ibn Ezra.
En la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio, al hacer referencia a Mahoma y a la expansión de sus doctrinas, se relaciona a los judíos con el conocimiento de los astros, en un tono, aparentemente, despectivo. Así, se afirma que Mahoma había estudiado con un judío «estrellero», quien le había enseñado algunos principios de las religiones cristiana y judía que luego aprovecharía para dar cuerpo a la religión islámica; este judío habría vaticinado, mediante la observación de los astros, el importante papel que en el futuro habría de desempeñar Mahoma, antes incluso de su nacimiento: «Aquel judío estrellero que dixiemos cató et asmó la concordancia de las estrellas et de los planetas sobre la era del nascimiento del ninno, e entendió por ellas que avie de seer aquel ninno omne mucho esforçado et alçado et poderoso en regno et en ley». (Primera Crónica General de España, que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289. Edición de Ramón Menéndez Pidal, Antonio García Solalinde, Manuel Muñoz Cortés y José Gómez Pérez. Madrid. Gredos, 1955, 2 vols.; véase cap. 467, p. 261b).
Acerca de la contribución de Ibn Ezra al desarrollo de la ciencia astrológica, pueden citarse los recientes estudios de Mariano Gómez Aranda, «Teorías astronómicas y astrológicas en el Comentario de Abraham Ibn Ezra al libro del Eclesiastés», en Sefarad, LV (1995), pp. 257-272, y de Shlomo Sela, «El papel de Abraham ibn Ezra en la divulgación de los “juicios” de la astrología en las lenguas hebrea y latina», en Sefarad, LIX (1999), pp. 159-194.
En efecto, es a sus aportaciones astrológicas a lo que debe su mayor fama Abraham ibn Ezra (1089-1164); su influencia como astrólogo fue enorme entre sus correligionarios y aún mayor, si cabe, en el mundo cristiano, de forma que su obra figuraba en numerosas bibliotecas medievales y fue traducida al latín, así como a diversas lenguas romances y germánicas.

Entre sus distintos tratados astrológicos merecen ser destacados los siguientes: el Séfer re’sit hokmah «El libro sobre el principio de la sabiduría», en el que expone los principios teóricos de la astrología y sus aplicaciones prácticas; el Séfer ha-mibharim «El libro de los tiempos elegidos», acerca de los tiempos idóneos para las distintas acciones del hombre; y el Séfer ha s’elot «El libro de las preguntas».

Sus juicios o predicciones astrológicas alcanzaron gran notoriedad, en particular sus horóscopos o «natividades» (determinación del futuro de una persona a partir de la fecha de su nacimiento), sus «interrogaciones» o «elecciones» (averiguaciones acerca del momento más adecuado para realizar alguna acción con resultado positivo) y sus «mundiales» (predicciones acerca de lo que ocurrirá en un año determinado).
 
Por su parte, Abraham bar Hiyya se esforzó en conciliar astrología y fe religiosa, negando que la ciencia astrológica fuera en contra del principio de la omnipotencia divina; en su tratado Megillat ha-megalleh llega a reconocer que en sus tareas de rabino de la comunidad hebrea de Barcelona utilizó la astrología para determinar los días más propicios para celebrar el matrimonio de algunas parejas.

Bar Hiyya defiende la idea de que el sabio judío debe profundizar en el conocimiento de la astrología con el fin de demostrar a cristianos y musulmanes la superioridad de la fe judía, y se esfuerza en probar astrológicamente los que él considera errores de Cristo y de Mahoma, así como la verdad del judaísmo.
 
En la Corona de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) atrajo a su corte a varios astrónomos judíos, quienes elaboraron diversas tablas astronómicas con el fin de utilizarlas como base para levantar horóscopos; Jerónimo Zurita afirma que este monarca fue muy aficionado a la astrología y a la alquimia, ciencia ésta en la que tuvo por maestro al médico judío Menahem14. Asimismo, el judío de origen francés Cresques de Viviers (? – 1391) fue astrólogo del rey Juan I (1387-1395), muriendo asesinado en 1391 en medio de los levantamientos antijudíos que tuvieron lugar en dicho año.

Acerca de la relación de los judíos con la alquimia es interesante el estudio de Raphael Patai, The Jewish Alchimists. Princeton University Press, 1994.

Por último, también Abraham Zacut se interesó por la astrología, escribiendo un tratado sobre astrología médica que tiene por título Tratado de las influencias del cielo (1486), que consta de una introducción y tres partes.

En la primera parte trata de las nueve esferas astronómicas, así como de la correspondência de los doce signos del zodíaco con los cuatro elementos fundamentales (agua, aire, fuego y tierra) y con los distintos miembros del cuerpo humano; en la segunda se refiere a las aplicaciones médicas de la astrología; y en la tercera se centra en cuestiones de índole meteorológica, aludiendo también a las veintiocho «mansiones» de la Luna y a las doce «casas» astrológicas.

En un apéndice trata sobre la manera de explicar los eclipses de Sol y de Luna, desde el punto de vista de la astrología médica.
Por tanto, y pese a la oposición de algunos intelectuales racionalistas16, la astrología tuvo una gran popularidad en el judaísmo español, tanto entre la gente sencilla como entre la clase culta y dirigente. Desde los tiempos talmúdicos, buena parte de los sabios judíos manifestaban su convencimiento acerca de la influencia de los astros sobre la personalidad de cada ser humano, que nacería, viviría y moriría bajo el influjo del conjunto de astros y de planetas y, en particular, de su mazzal, es decir el signo del zodíaco bajo el que había nacido y que marcaría su existencia.

El término hebreo mazzal (suerte, ventura, astro) dio lugar a los adjetivos españoles «mazaloso» (dichoso, feliz) y «desmazalado» (desgraciado, infeliz); del mismo modo, en judeoespañol se utiliza la expresión «mazal claro» como sinónimo de «buena suerte», en tanto que «mazal iscuro» lo sería de «mala suerte».

Muy expresivo es a este respecto el refrán judeoespañol que dice:
16 Es éste el caso de Maimónides (1138-1204) quien, en la epístola que en el año 1194 dirigió a los rabinos de Marsella sobre la astrología, se refería a los astrólogos de manera despectiva afirmando que «… la ciencia astronómica nos proporciona datos sorprendentes, pero ciertos sin duda alguna, como son el cálculo de las estaciones…; todo lo contrario de las quimeras de los astrólogos, que no son nada» (David Romano, La ciencia hispanojudía, p. 192).
Jesús Cantera Ortiz de Urbina, «El refranero judeoespañol», en Paremia, 6 (1997), pp. 153-162 (en concreto, p. 155).
En términos también muy duros se expresaba Yehudah ben Aser ben Yehi’el (1270-1349) quien, en sus Responsa recogidas con el título de Zikrón Yehudah, afirmaba escribir «… para llenar con piedras las bocas de los astrólogos. Porque a causa de nuestros numerosos pecados gran cantidad de judíos, especialmente los que no tienen letras, siguen los caminos erróneos de estos pecadores —los astrólogos—, y según el juicio de los astros se levantan y se acuestan, van y vuelven » (Ron Barkai, «Significado de las aportaciones de los judíos en el terreno de la medicina, la astrología y la magia», p. 83).
También el poeta Rabí Sem Tob ben Yitzhak Ardutiel, más conocido como Don Sem Tob o Santob de Carrión (c. 1290 – c. 1370), incluye en sus Proverbios Morales algunos versos que manifiestan un evidente desprecio por la astrología. Así, si los versos de la estrofa 14 sugieren la vanidad de la creencia en el determinismo astrológico, y los versos de la estrofa pretenden menospreciar la astrología y advierten la insuficiencia humana para comprender el cosmos, los de la estrofa 173 son también expresión de la absoluta increencia del poeta en la astrología, así como en que El mundo se rija por reglas fijas (Sem Tob, Proverbios Morales. Edición de Sanford Shepard. Madrid. Clásicos Castalia, 1985, pp. 86, 88 y 113).
Algunos de los escasos horóscopos que se han conservado de época medieval nos permiten conocer cuáles eran los propósitos de las predicciones astrológicas.

Una de las más importantes consistía en averiguar cómo los distintos cuerpos celestes afectarían al carácter y al destino de una persona, para lo que era fundamental conocer cuál era la posición de los astros en el momento de su nacimiento; a este fin, parece que era relativamente frecuente entre los judíos españoles, en particular entre los que residían en núcleos urbanos de cierta importancia, dibujar la carta astral de los recién nacidos. 

Pero a través de la posición de los astros podrían también los astrólogos vaticinar la conveniencia o inconveniencia de emprender un viaje, la oportunidad o inoportunidad de una operación económica o de una intervención quirúrgica, y, en general, el resultado de cualquier acción de relevancia en la vida de una persona, así como conocer el momento más adecuado para llevarla a cabo.
 
Particularmente expresivo de lo que acaba de señalarse es el caso relativo a la operación de cataratas del rey Juan II de Aragón, en 1468. En efecto, se conserva una carta autógrafa de Cresques Abnarrabí, médico judío de Lérida, fechada en esta ciudad catalana el día 28 de septiembre de 1468, en la que comunica al rey aragonés que, pese a que le ha operado con éxito de la catarata del ojo derecho «en aquel día elegidísimo de 11 de septiembre» de ese año, no le es posible fijar fecha para realizar la misma intervención en el ojo izquierdo, porque habrían de pasar doce años hasta que la conjunción astrológica fuera tan favorable como lo había sido en la anterior ocasión. Si no quisiera esperar tanto tiempo, Cresques informa a Juan II que el mejor momento para operar sería el día 12 de octubre, miércoles, a las tres y media de la tarde.

Se trata, sin duda ninguna, de una predicción de «elección», consistente en averiguar el momento más apropiado para realizar una acción cualquiera con resultado favorable.
Porque no cabe duda de que a lo largo de toda la Edad Media medicina, magia y astrología, como ciencias que tratan del hombre, de su cuerpo y de su mente, estuvieron estrechamente ligadas, de forma que el médico o curandero combinaba saberes médicos con prácticas mágicas y con predicciones astrológicas, tanto en la medicina culta como en la popular.

De este modo, no cabe imaginar en la Edad Media ni el estudio de la medicina ni su aplicación práctica al margen de la astrología, por cuanto se consideraba que los astros tenían una influencia directa no sólo en el desarrollo del cuerpo humano, desde el nacimiento hasta la muerte, sino también en los procesos de enfermedad que le afectaban; por ello, la astronomía y la astrología formaban parte importante del curriculum de las escuelas y facultades de medicina.

La estrecha vinculación entre medicina y magia queda también de manifiesto en la frecuencia con la que en los textos médicos, desde la Antigüedad hasta el siglo XVII, se recogen alusiones a prácticas mágicas.



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LVX


26/11/2019

 


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